Localización
La
Parroquia San Francisco
Solano se encuentra en Montilla, vicaría de la campiña y arciprestazgo de
Montilla-La Rambla.
Se levanta sobre la casa natal de dicho santo, en el número 18 de la
calle que lleva su nombre.
Dentro de la ciudad se encuentra en el centro de la misma, limitando con
las otras tres parroquias montillanas.
Reseña histórica
Esta
iglesia, fue construida en el solar de
la casa donde nació el santo montillano a instancias del licenciado don
Francisco Isidro de Alba, quien ya había comprado ese inmueble en 1664. Sus obras,
sin embargo, no se comenzaron hasta el año 1681, rematándose poco tiempo
después, muy posiblemente con la intervención de Melchor de Aguirre. No
obstante, durante todo el siglo XVIII será objeto de reformas y mejoras.
El
edificio, semejante a un templo conventual, según reconoció ya a finales del
Setecientos Antonio Jurado y Aguilar, presenta planta de cruz latina con
capillas laterales comunicadas entre sí que forman como unas naves menores.
Sus austeros alzados se articulan por un orden gigante de pilastras toscanas,
que en la nave marcan cuatro tramos y ciñen los arcos de medio punto que
comunican con las capillas. En dichos apoyos monta un entablamento con cornisa
decorada a base de tacos y ovas, en la que descansan las bóvedas de medio
cañón con lunetos y fajones que cubren el interior, a excepción del tramo
central del crucero que recibe una media naranja sobre pechinas. Tales
elementos llevan los únicos ornatos de este severo templo, unas yeserías típicas
de los últimos años del siglo XVII, que ya preconizan el típico cardo dieciochesco.
Dentro de unas cartelas ovales aparecen los bustos de San Francisco, San
Buenaventura, San Antonio y otro santo franciscano, completando esa composición
ornamental ángeles, ristras de frutos, mascarones y unos estilizados motivos
vegetales. El tramo de los pies está ocupado por el coro alto, que se eleva
sobre un amplio arco, obra que llevó a cabo el maestro Benito Ximénez para las
fiestas de canonización del santo en 1727, corriendo con sus costos el cabildo
municipal.
En
la parte de la epístola se localiza la
capilla de la Virgen de la
Aurora, junto al brazo del crucero. Fue costeada por la
duquesa de Medinaceli en 1699, aunque tiene elementos, particularmente ornamentales,
que delatan una fecha más avanzada del siglo XVIII. Se reduce a un pequeño
recinto rectangular con dos tramos de bóvedas vaídas. Estas bóvedas y sus
placados pueden pertenecer a Gaspar Lorenzo de los Cobos, quien interviene en
la capilla en 1721.
Los
exteriores de la iglesia, labrados en piedra de Fuente de Alamo, quedan entre
otras edificaciones, sobre las que emergen los limpios volúmenes de la nave y
el cajón de la cúpula con su cubierta piramidal.
Sólo
asoma a la calle la fachada principal,
que se trata de un original proyecto equivalente a un patio porticado partido
por la mitad. Así
ofrece una disposición en U, aunque de trazado irregular, componiendo su
primer cuerpo arquerías de medio punto, tres para el frente y una para cada
lateral, que descansan en columnas toscanas de piedra blanca. Dichos arcos
resaltan con sus acusadas molduras y con unas ménsulas gallonas y envueltas en
volutas que ocupan las claves, mientras que las enjutas lucen simples triángulos.
Un entablamento con triglifos sirve de tránsito al segundo cuerpo, que en lugar
de la estructura calada del primero tiene una construcción maciza, aunque
abierta en balcones, que en este caso se enriquecen a base de un baquetón que
forma orejetas superiores. Esta organización se interrumpe en el centro, donde
entre pilastras toscanas hay una aparatosa hornacina, característica de
finales del siglo XVII, que cobija una imagen en piedra policromada de San
Francisco Solano. Delante del ala izquierda se eleva una pequeña torre de base
cuadrada, cuyo cuerpo de campanas rematado en un chapitel piramidal de ocho
lados se arregló, particularmente en su azulejería, en 1910 con motivo de la
celebración del tercer centenario de la muerte del santo.
Detrás
del atrio se encuentra la puerta de ingreso. Es adintelada con marco de
orejetas y aparatosa clave de hojarasca, encuadrada por ristras de frutos. Esta
portada hay que relacionarla con la del palacio de los marqueses de Priego.
Retablos
y escultura.
Retablo mayor
Obra de madera dorada, que en 1728 contrata
Francisco Sánchez Prieto, mayordomo de la Obra Pía, con Gaspar Lorenzo de los Cobos, quien
se obligaba a «hacer un retablo de toda costa para la capilla y altar del
bienaventurado santo en dicha iglesia».
El retablo es una
típica máquina barroca, de gran aparato y efecto, pudiéndose considerar como
una obra de interés dentro del panorama artístico cordobés de la época, aunque
sin la categoría de otros contemporáneos como el de la Compañía o el de San Francisco
de Córdoba. A mayor escala reproduce el esquema del altar del propio Cobos en
el Sagrario de Montemayor, ampliación que no sólo permite que su traza resulte
más monumental sino también más complicada. Dicha traza, muy característica de
las primeras décadas del siglo XVIII, si bien con algún resabio de la centuria
anterior, concretamente del retablo mayor de la catedral de Córdoba, presenta
alto banco jalonado por ménsulas y netos con niños atlantes y dos cuerpos de
tres calles que articulan columnas salomónicas. El primero de ellos tiene seis
de esos apoyos, dos en los extremos y cuatro encuadrando la calle central, con
la peculiaridad de que los dos internos se adelantan. Sobre ellos montan las
dos únicas salomónicas del segundo cuerpo. Culmina el conjunto un ático curvo
con machones, adelantados respecto a los paños laterales.
Pese a su riquísima
y abundante decoración, los juegos de masas originados por las salomónicas
otorgan un gran vigor al retablo, particularmente a la calle central. En ella
destaca la amplia hornacina que alberga al santo titular, resaltada asimismo
con un aparatoso dosel cuyos cortinajes recogen ángeles dispuestos de perfil,
solución también puesta en práctica en la portada del Sagrario de Montemayor.
La imagen de San Francisco Solano es obra de talleres granadinos, desde donde
llegó a Montilla en 1689 a
solicitud del mayordomo don Francisco Ramírez Muñoz, capellán de la marquesa de
Priego. Se ajusta bien al modelo del santo fraile de esa escuela con un hábito
de severos y amplios pliegues que marcan verticalmente su caída, y un rostro de
facciones enjutas y firmes que expresa intensa espiritualidad, sobre todo en
su mirada. Por todos estos rasgos la obra se relaciona con la producción de
los Mora. El santo porta crucifijo y concha de plata, siendo de este mismo
material su diadema. A ambos lados aparecen dos indígenas arrodillados. La
calidad de la imagen queda resaltada por una primorosa policromía de grandes
motivos dorados sobre fondo pardusco. Gaspar Lorenzo de los Cobos, de acuerdo
con el contrato, se hizo cargo de las demás imágenes, a saber: San José, San
Antonio, San Pablo y San Francisco de Asís, las cuales ocupan los nichos
pequeños de las calles laterales, tanto del primer cuerpo como del segundo.
Centra este último cuerpo un crucificado, dentro de un marco adaptado a su
disposición. Preside el ático el busto del Padre Eterno.
Retablos de San Juan Nepomuceno y San Vicente
Ferrer
Los
retablos de San Juan Nepomuceno y San Vicente Ferrer ocupan, enfrentados, los
brazos del crucero del templo, respectivamente en el lado de la epístola y el
evangelio. Madera tallada y dorada. Están situados ambos sobre un frontal de
jaspe rojo y constan en sentido horizontal de banco, principal y ático, en tanto
que en sentido vertical se dividen en tres calles separadas por estípites.
El
banco presenta entre mensulones, en la calle central, un sagrario que se puede
ocultar por medio de puertas decoradas con menudos follajes. Sobre él, en el
principal, en una hornacina de medio punto se encuentran las imágenes
respectivas de los titulares de cada uno de estos conjuntos, en tanto que en
las calles laterales, sobre repisas, se hallan las figuras de San Isidro
Labrador y San Judas Tadeo en el primero, y de Santa Catalina de Siena y Santa
Rosa de Lima en el segundo.
Los
áticos, de medio punto, presentan, continuando la calle medial, una gran cartela
de borde mixtilíneo que muestra sendos escudos heráldicos. Se rematan los
conjuntos con la figura, de bulto redondo, de un ángel. Anónimo. Son obras fechadas
hacia 1745.
San Isidro Labrador. Talla de tamaño
algo menor que el natural. A sus pies se halla el arado. Viste casaca
dieciochesca ricamente estofada. Procede de la desaparecida ermita de San Blas.
Anónimo. Primera mitad del XVIII.
San Judas Tadeo. Talla de aproximadamente
110 cm.
El apóstol se envuelve en un ampuloso manto de policromía rojiza y porta un
hacha, atributo con el que fue martirizado.
San Vicente Ferrer. Talla de tamaño
natural. El santo dominico presenta magnífico estudio de telas en su hábito y
su capa, abierta a partir de sus antebrazos. Sostiene en su mano izquierda una
cruz a la que contempla y señala con la derecha.
Santa Rosa de Lima y Santa
Catalina de Siena. Ocupan las calles laterales del retablo de San
Vicente. Tallas de aproximadamente 120 cm. con la peana. Ambas santas aparecen con
atuendo monjil. La primera sostiene en sus manos un paño sobre el que aparece
un Niño Jesús; por su parte, la santa de Siena sostiene en sus manos una cruz a
la que hace ademán de besar.
Estas tres últimas imágenes, de magnífica
ejecución, están, estilísticamente, muy próximas al taller de Pedro de Mena.
Ultimo tercio del siglo XVII.
Retablo de Nuestra
Señora de la Aurora
En la parte de la epístola se localiza la capilla de la Virgen de la Aurora, junto al brazo
del crucero. Fue costeada por la duquesa de Medinaceli en 1699, aunque tiene
elementos, particularmente ornamentales, que delatan una fecha más avanzada
del siglo XVIII. Se reduce a un pequeño recinto rectangular con dos tramos de
bóvedas vaídas. Estas bóvedas y sus placados pueden pertenecer a Gaspar
Lorenzo de los Cobos, quien interviene en la capilla en 1721
Madera tallada y dorada. De
tamaño pequeño pero de gran categoría en su concepción y, especialmente, en su
ornato, a base de follajes menudos y abundantes de finísima labra.
De planta muy quebrada, presenta banco
con pedestales, llevando los interiores figurillas de ángeles con guirnaldas de
flores. El cuerpo del retablo se organiza en función del saliente arco del
camarín al que se anteponen dos estípites de robustas masas y especial
decorativismo, la mitad inferior, de forma troncopiramidal, luce guirnaldas de
flores y unas molduras de remate que, sobre la parte central de las caras,
forman arquillos conopiales.
En la mitad superior del estípite se
superponen diversos elementos que se estrangulan o ensanchan con decoración
vegetal. La estructura de la calle central del retablo, emerge entre
estrechísimas calles laterales señaladas mediante estípites cuya mitad
inferior reproduce prácticamente los ya descritos, aunque en el resto se
producen cambios. Los estípites extremos muestran en su parte superior diversos
moldurajes curvos y rectos consecutivos en tanto que los otros estípites se
completan con fragmentos de fuste ricamente decorados con acantos. Las calles
laterales tienen repisas rematadas con veneras que funcionan como hornacinas.
Culmina el retablo con un ático, de
diseño mixtilíneo, ocupado en su calle central por una gran corona imperial que
sostienen ángeles, figuras que también aparecen distribuidas por la cornisa del
coronamiento. Anónimo. Hacia 1740.
Nuestra Señora de la
Aurora, Patrona de Montilla
Situada detrás del retablo, en un
camarín de planta rectangular y sencilla cúpula elíptica. Talla policromada de unos 152 cm. de altura.
La
imagen se sitúa de pie sobre pedestal de nubes con cabezas de querubines.
Viste túnica roja y, a la altura de la cintura, un dinámico manto, recogido
sobre el brazo izquierdo, cae hacia los pies por el lado contrario. La Virgen
tiene un rostro dulcísimo, propio del autor al que se atribuye, enmarcado por
una cabellera de sinuosos bucles que se peinan hacia atrás a la altura de las
sienes. Porta en su mano derecha un estandarte de plata y en la izquierda
sostiene un Niño Jesús desnudo en ademán de bendecir.
Manto y túnica de
largos y sinuosos pliegues dotan a la figura de María de una movilidad andante
plena de gracia. Es rutilante la policromía de las telas.
Atribuible casi con
certeza a José de Mora, ya que coincide estilísticamente con otras imágenes de
este autor en diferentes localidades del sur cordobés.
La Virgen se halla
situada sobre un pedestal formado por dos octógonos concéntricos, elevado el
menor sobre tornapuntas situados en los ángulos. Se completa con pequeños y
graciosos angelillos.
Retablo de Nuestra Señora del Carmen
Madera
tallada y dorada. Tiene un banco muy estrecho, seccionado por las ménsulas que
soportan los finos estípites del principal; éste presenta tres calles, la central,
con hornacina de planta trapezoidal, cubierta con un geométrico doselete con
cortinajes que abren dos angelillos y que alberga una imagen de Nuestra Señora
del Carmen. En las calles laterales, ante fondos lisos que semejan hornacinas
por medio de los moldurajes de enmarque, situadas sobre repisas decoradas con
frondosas hojarascas, las imágenes de tamaño pequeño, en terracota, de San
Ignacio de Loyola y San Francisco Javier.
El
ático, de medio punto, presenta en su centro un florón entre molduras mixtilíneas,
flanqueado por caladas placas de follajes rizados. Como remate, un angelillo
sobre pedestal porta una palma. En torno a 1750.
Nuestra Señora del Carmen. Madera tallada y policromada.
Altura 150 cm.
La imagen, de correcta factura, se representa vestida a la manera tradicional
carmelitana: túnica parda, decorada con ramos, escapulario y capa dorada. En
el brazo izquierdo sostiene un Niño Jesús, en movido escorzo, y con la mano
derecha sujeta un escapulario. Asienta sus pies sobre un pedestal de nubes y
cabezas de querubines, y se cubre con una corona imperial.
Es
obra de mediados del siglo XVIII.
Retablo de Nuestra Señora de la Soledad
En
realidad no es más que un hueco poco profundo con remate de medio punto al que
prestan decoración unos grandes aletones de talla con remate en forma de
dosel, todo ello tallado y dorado.
Nuestra Señora de la Soledad. Imagen de
vestir, de tamaño natural, con cabeza y manos de talla que pertenece al esquema
iconográfico de las dolorosas granadinas. Presenta ambas manos unidas, con los
dedos entrelazados en un gesto de dolor contenido. Obra documentada en 1660.
Cristo de la Humildad. Talla.
Tamaño casi natural. Presenta a Jesús tras la flagelación, sentado en una piedra
—vestido sólo con paño de pureza y quebrados pliegues—, con la diestra en la
mejilla y sujetando la caña a manera de cetro con la izquierda. Es obra que
puede datarse en la segunda mitad del siglo XVII.
Retablo de Nuestra Señora de la Caridad
Madera
tallada y dorada. Consta de dos órdenes: un alto banco dividido por las
ménsulas en las que apoyan las pilastras que enmarcan la hornacina central
—muy sobresaliente del plano general del retablo—, y por los pedestales
prismáticos que soportan las imágenes de las calles laterales.
En
la hornacina, la imagen de Nuestra Señora de la Caridad, y sobre ella un
doselete con decoración geométrica.
En
las calles laterales, el plano del retablo se torna cóncavo, a modo de dosel
sobre sus respectivas imágenes: Santa Brígida y San Francisco de Paula. Remata
el conjunto una quebrada cornisa sobre la que hay dos tablas de pintura, de pequeño
tamaño, ricamente enmarcadas por tallas vegetales que representan dos santos
dominicos.
Es
obra del lucentino Pedro de Mena y Gutiérrez, quien la ejecutó en 1743 por
2.200 reales.
Nuestra Señora de la Caridad.
Dolorosa de vestir,
con cabeza y manos de talla. Fue elaborada por el imaginero cordobés Miguel
Arjona en 1987 en conmemoración del Año Santo Mariano Universal.
Santa Brígida. Talla. 120 cm. de altura. Presenta,
como muchas otras imágenes medievales, un hueco en el dorso, tal vez para
contener reliquias. La santa viste hábito blanco y escapulario y capa oscuros,
con ribetes dorados, y rectos y profundos pliegues, cubriéndose la cabeza con
una capucha cuyos bordes se ondulan enmarcándole el rostro ovalado, iluminado
con una leve sonrisa. Sostiene en su mano derecha un libro abierto, ocultando
la izquierda bajo el escapulario.
Es
obra del siglo XV o de principios del XVI.
San Francisco de Paula. Talla. 125 cm. de altura.
Representado algo más joven que en la iconografía tradicional de este santo. Se
nos presenta con barba negra, sin cubrirse la cabeza con la capucha, vistiendo
el hábito de su orden y sosteniendo en su mano izquierda un templo, símbolo
de la Iglesia. Ha
perdido el cayado que tenía en la mano derecha. Es obra anónima del siglo
XVIII.
Nuestra Señora del Pópolo. Óleo sobre lienzo. 77 x 106 cm. Nuestra Señora está
representada de media figura, cubierta con un manto azul oscuro con fina orla
dorada, abrazando tiernamente a su hijo. El Niño, como la Virgen, con un rostro
dulcísimo, viste una tuniquilla blanca, y se mueve inquieto poniendo un pie
sobre el antebrazo y tocando la barbilla de su madre. Ambas figuras dirigen su
mirada al espectador. La obra se completa por una orla de nubes y delicadísimas
cabezas de querubines.
Este
cuadro queda inscrito en un amplísimo marco de doradas tallas, a manera de
retablo, con decoración de acantos, ramos de flores y veneras, cubierto con un
dosel desde el que descienden, abriéndose, unos rizados cortinajes que imitan
telas adamascadas.
Este
marco recuerda obras de Francisco José Guerrero. En torno a 1730.
Retablo de Jesús Rescatado
Madera
tallada y dorada. Muestra un estrecho banco con ménsulas en las que aparecen
angelillos atlantes, y sagrario central entre columnillas salomónicas.
El
cuerpo principal tiene tres calles entre columnas, también salomónicas, vestidas
con frondosos acantos. La calle central, entre pilastras decoradas con guirnaldas
de flores y frutos, tiene una hornacina rematada por un arco trilobulado que
cobija la imagen de Jesús Preso, en tanto que en las calles laterales, sobre voladas
repisas, se alzan las imágenes de San Pedro y San Juan Evangelista.
La
calle medial culmina en el ático con una cartela que ostenta el emblema trinitario
entre tallas, al tiempo que sobre la cornisa montan un elaborado copete y un
ángel preso.
A
ambos lados, sobre las columnas exteriores, dos figuras arrodilladas de cautivos.
Nuestro Padre Jesús Rescatado. Imagen de vestir con cabeza y
manos de talla. Tamaño natural. Es obra de escuela local, datable en torno a
mediados del siglo XVIII.
San Pedro. Talla policromada. Altura: 93 cm. El apóstol aparece
revestido con una túnica ceñida y manto de rizados pliegues y delicados estofados.
Coloca su mano derecha sobre el pecho en tanto hace ademán de sostener con la
izquierda unas llaves. La barbada cabeza se eleva hacia arriba en ademán de comunicación
con la Divinidad.
Tanto el airoso plegado del manto como la posición de las
piernas, la izquierda ligeramente avanzada y flexionada, imprimen a esta
escultura un elegante movimiento.
San Juan. De similares características y dimensiones que la
anterior, con la que forma pareja. El evangelista se nos muestra joven, con
larga y ondulada melena e incipientes bigote y barba. Viste túnica azul oscuro,
también ceñida a la cintura, y manto que, cruzando diagonalmente la figura, cae
desde el hombro al brazo izquierdo en estupendos pliegues. La imagen, que
debía portar un cáliz en la mano izquierda, hace ademán de bendecir con la
derecha.
Son obras
excelentes muy próximas a José de Mora. En torno a 1710.
Capilla del Santísimo: Realizada en 1.905 por Manuel Garnelo
y Alda, de planta rectangular y sencilla cúpula elíptica decorada con dos
ciervos que beben agua del manantial que nace del cáliz y la Hostia, rodeados de
angelitos. La imagen del Sagrado Corazón
de Jesús, realizada por Manuel Garnelo y Alda en los años iniciales del
siglo XX. De talla y tamaño casi natural. Erguido sobre un pedestal de
plateadas nubes, Jesús abre con gesto solemne la parte superior de su túnica
blanca para mostrar, sobre el pecho, un corazón llameante. Le flanquean dos ángeles
alados de escaso valor artístico. No obstante cuenta como complemento con un
par de angelotes, hoy en la entrada de la capilla, del referido Garnelo.
Esculturas
en el despacho parroquial.
Piedad. Terracota de
pequeño tamaño. El conjunto se dispone sobre una base de madera, a modo de
risco, de 50 x 36 cm.,
sobre la que se han situado las imágenes de Cristo muerto, exánime sobre un
oscuro lienzo, en el regazo de María que, con un atuendo monjil a base de una
túnica dorada y un oscuro manto, con galón y vueltas también de oro, contempla
a su Hijo con dolorido semblante. María Magdalena, arrodillada, besa los pies
de Jesús.
Es
excelente el estudio anatómico de la figura de Cristo, así como la técnica de
las telas encoladas utilizadas profusamente en la composición, sin olvidar los
valores cromáticos de los dorados de las túnicas de los personajes.
Altura
máxima: 34 cm.
Es obra anónima de mediados del XVIII.
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