miércoles, 9 de noviembre de 2011

HISTORIA Y PATRIMONIO

Localización
La Parroquia San Francisco Solano se encuentra en Montilla, vicaría de la campiña y arciprestazgo de Montilla-La Rambla.
Se levanta sobre la casa natal de dicho santo, en el número 18 de la calle que lleva su nombre.
Dentro de la ciudad se encuentra en el centro de la misma, limitando con las otras tres parroquias montillanas.

Reseña histórica

Esta iglesia, fue construida en el solar de la casa donde nació el santo mon­tillano a instancias del licenciado don Francisco Isidro de Alba, quien ya había comprado ese inmueble en 1664. Sus obras, sin embargo, no se comenzaron hasta el año 1681, rematándose poco tiem­po después, muy posiblemente con la in­tervención de Melchor de Aguirre. No obstante, durante todo el siglo XVIII será objeto de reformas y mejoras.

El edificio, semejante a un templo con­ventual, según reconoció ya a finales del Setecientos Antonio Jurado y Aguilar, presenta planta de cruz latina con capillas laterales comunicadas entre sí que for­man como unas naves menores. Sus aus­teros alzados se articulan por un orden gigante de pilastras toscanas, que en la nave marcan cuatro tramos y ciñen los arcos de medio punto que comunican con las capillas. En dichos apoyos monta un entablamento con cornisa decorada a ba­se de tacos y ovas, en la que descansan las bóvedas de medio cañón con lunetos y fajones que cubren el interior, a excep­ción del tramo central del crucero que recibe una media naranja sobre pechinas. Tales elementos llevan los únicos ornatos de este severo templo, unas yeserías típi­cas de los últimos años del siglo XVII, que ya preconizan el típico cardo diecio­chesco. Dentro de unas cartelas ovales aparecen los bustos de San Francisco, San Buenaventura, San Antonio y otro santo franciscano, completando esa com­posición ornamental ángeles, ristras de frutos, mascarones y unos estilizados mo­tivos vegetales. El tramo de los pies está ocupado por el coro alto, que se eleva sobre un amplio arco, obra que llevó a cabo el maestro Benito Ximénez para las fiestas de canonización del santo en 1727, corriendo con sus costos el cabildo mu­nicipal.

En la parte de la epístola se localiza la capilla de la Virgen de la Aurora, junto al brazo del crucero. Fue costeada por la duquesa de Medinaceli en 1699, aun­que tiene elementos, particularmente or­namentales, que delatan una fecha más avanzada del siglo XVIII. Se reduce a un pequeño recinto rectangular con dos tramos de bóvedas vaídas. Estas bóvedas y sus placados pueden pertenecer a Gas­par Lorenzo de los Cobos, quien inter­viene en la capilla en 1721.

Los exteriores de la iglesia, labrados en piedra de Fuente de Alamo, quedan entre otras edificaciones, sobre las que emergen los limpios volúmenes de la nave y el cajón de la cúpula con su cubierta piramidal.

Sólo asoma a la calle la fachada prin­cipal, que se trata de un original proyecto equivalente a un patio porticado partido por la mitad. Así ofrece una disposición en U, aunque de trazado irregular, com­poniendo su primer cuerpo arquerías de medio punto, tres para el frente y una para cada lateral, que descansan en co­lumnas toscanas de piedra blanca. Dichos arcos resaltan con sus acusadas molduras y con unas ménsulas gallonas y envueltas en volutas que ocupan las claves, mien­tras que las enjutas lucen simples trián­gulos. Un entablamento con triglifos sirve de tránsito al segundo cuerpo, que en lu­gar de la estructura calada del primero tiene una construcción maciza, aunque abierta en balcones, que en este caso se enriquecen a base de un baquetón que forma orejetas superiores. Esta organi­zación se interrumpe en el centro, donde entre pilastras toscanas hay una apara­tosa hornacina, característica de finales del siglo XVII, que cobija una imagen en piedra policromada de San Francisco Solano. Delante del ala izquierda se eleva una pequeña torre de base cuadrada, cu­yo cuerpo de campanas rematado en un chapitel piramidal de ocho lados se arre­gló, particularmente en su azulejería, en 1910 con motivo de la celebración del tercer centenario de la muerte del san­to.
Detrás del atrio se encuentra la puerta de ingreso. Es adintelada con marco de orejetas y aparatosa clave de hojarasca, encuadrada por ristras de frutos. Esta por­tada hay que relacionarla con la del pa­lacio de los marqueses de Priego.


                    Retablos y escultura.
                    Retablo mayor
    Obra de madera dorada, que en 1728 contrata Francisco Sánchez Prieto, mayordomo de la Obra Pía, con Gaspar Lorenzo de los Cobos, quien se obligaba a «hacer un retablo de toda costa para la capilla y altar del bienaventurado santo en dicha iglesia».

El retablo es una típica máquina ba­rroca, de gran aparato y efecto, pudién­dose considerar como una obra de interés dentro del panorama artístico cordobés de la época, aunque sin la categoría de otros contemporáneos como el de la Com­pañía o el de San Francisco de Córdoba. A mayor escala reproduce el esquema del altar del propio Cobos en el Sagrario de Montemayor, ampliación que no sólo per­mite que su traza resulte más monumen­tal sino también más complicada. Dicha traza, muy característica de las primeras décadas del siglo XVIII, si bien con algún resabio de la centuria anterior, concre­tamente del retablo mayor de la catedral de Córdoba, presenta alto banco jalona­do por ménsulas y netos con niños at­lantes y dos cuerpos de tres calles que articulan columnas salomónicas. El pri­mero de ellos tiene seis de esos apoyos, dos en los extremos y cuatro encuadran­do la calle central, con la peculiaridad de que los dos internos se adelantan. So­bre ellos montan las dos únicas salomó­nicas del segundo cuerpo. Culmina el con­junto un ático curvo con machones, ade­lantados respecto a los paños laterales.
Pese a su riquísima y abundante deco­ración, los juegos de masas originados por las salomónicas otorgan un gran vi­gor al retablo, particularmente a la calle central. En ella destaca la amplia hor­nacina que alberga al santo titular, re­saltada asimismo con un aparatoso dosel cuyos cortinajes recogen ángeles dispues­tos de perfil, solución también puesta en práctica en la portada del Sagrario de Montemayor. La imagen de San Fran­cisco Solano es obra de talleres granadi­nos, desde donde llegó a Montilla en 1689 a solicitud del mayordomo don Francisco Ramírez Muñoz, capellán de la marquesa de Priego. Se ajusta bien al modelo del santo fraile de esa escuela con un hábito de severos y amplios pliegues que marcan verticalmente su caída, y un rostro de fac­ciones enjutas y firmes que expresa in­tensa espiritualidad, sobre todo en su mi­rada. Por todos estos rasgos la obra se relaciona con la producción de los Mora. El santo porta crucifijo y concha de plata, siendo de este mismo material su diade­ma. A ambos lados aparecen dos indíge­nas arrodillados. La calidad de la imagen queda resaltada por una primorosa poli­cromía de grandes motivos dorados sobre fondo pardusco. Gaspar Lorenzo de los Cobos, de acuerdo con el contrato, se hizo cargo de las demás imágenes, a sa­ber: San José, San Anto­nio, San Pablo y San Francisco de Asís, las cuales ocupan los nichos pequeños de las calles laterales, tanto del primer cuerpo como del segundo. Centra este último cuerpo un crucificado, dentro de un marco adaptado a su disposición. Preside el ático el busto del Padre Eterno.


Retablos de San Juan Nepomuceno y San Vicente Ferrer

Los retablos de San Juan Nepomuceno y San Vicente Ferrer ocupan, enfrentados, los brazos del crucero del templo, respectivamente en el lado de la epístola y el evangelio. Ma­dera tallada y dorada. Están situados am­bos sobre un frontal de jaspe rojo y cons­tan en sentido horizontal de banco, prin­cipal y ático, en tanto que en sentido vertical se dividen en tres calles separadas por estípites.
El banco presenta entre mensulones, en la calle central, un sagrario que se pue­de ocultar por medio de puertas decora­das con menudos follajes. Sobre él, en el principal, en una hornacina de medio pun­to se encuentran las imágenes respectivas de los titulares de cada uno de estos con­juntos, en tanto que en las calles laterales, sobre repisas, se hallan las figuras de San Isidro Labrador y San Judas Tadeo en el primero, y de Santa Catalina de Siena y Santa Rosa de Lima en el segundo.
Los áticos, de medio punto, presentan, continuando la calle medial, una gran car­tela de borde mixtilíneo que muestra sen­dos escudos heráldicos. Se rematan los conjuntos con la figura, de bulto redon­do, de un ángel. Anónimo. Son obras fe­chadas hacia 1745.

San Isidro Labrador. Talla de tamaño algo menor que el natural. A sus pies se halla el arado. Viste casaca dieciochesca ricamente estofada. Procede de la desaparecida ermita de San Blas. Anónimo. Primera mitad del XVIII.

San Judas Tadeo. Talla de aproxima­damente 110 cm. El apóstol se envuelve en un ampuloso manto de policromía ro­jiza y porta un hacha, atributo con el que fue martirizado.

San Vicente Ferrer. Talla de tamaño na­tural. El santo dominico presenta mag­nífico estudio de telas en su hábito y su capa, abierta a partir de sus antebrazos. Sostiene en su mano izquierda una cruz a la que contempla y señala con la de­recha.

Santa Rosa de Lima y Santa Catalina de Siena. Ocupan las calles laterales del retablo de San Vicente. Tallas de aproxi­madamente 120 cm. con la peana. Ambas santas aparecen con atuendo monjil. La primera sostiene en sus manos un paño sobre el que aparece un Niño Jesús; por su parte, la santa de Siena sostiene en sus manos una cruz a la que hace ademán de besar.
Estas tres últimas imágenes, de mag­nífica ejecución, están, estilísticamente, muy próximas al taller de Pedro de Me­na. Ultimo tercio del siglo XVII.


Retablo de Nuestra Señora de la Aurora
   
En la parte de la epístola se localiza la capilla de la Virgen de la Aurora, junto al brazo del crucero. Fue costeada por la duquesa de Medinaceli en 1699, aun­que tiene elementos, particularmente or­namentales, que delatan una fecha más avanzada del siglo XVIII. Se reduce a un pequeño recinto rectangular con dos tramos de bóvedas vaídas. Estas bóvedas y sus placados pueden pertenecer a Gas­par Lorenzo de los Cobos, quien inter­viene en la capilla en 1721

Madera tallada y dorada. De tamaño pequeño pero de gran categoría en su con­cepción y, especialmente, en su ornato, a base de follajes menudos y abundantes de finísima labra.
De planta muy quebrada, presenta ban­co con pedestales, llevando los interiores figurillas de ángeles con guirnaldas de flo­res. El cuerpo del retablo se organiza en función del saliente arco del camarín al que se anteponen dos estípites de robus­tas masas y especial decorativismo, la mi­tad inferior, de forma troncopiramidal, luce guirnaldas de flores y unas molduras de remate que, sobre la parte central de las caras, forman arquillos conopiales.
En la mitad superior del estípite se su­perponen diversos elementos que se es­trangulan o ensanchan con decoración vegetal. La estructura de la calle central del retablo, emerge entre estrechísimas calles laterales señaladas mediante estí­pites cuya mitad inferior reproduce prác­ticamente los ya descritos, aunque en el resto se producen cambios. Los estípites extremos muestran en su parte superior diversos moldurajes curvos y rectos con­secutivos en tanto que los otros estípites se completan con fragmentos de fuste ri­camente decorados con acantos. Las ca­lles laterales tienen repisas rematadas con veneras que funcionan como hornacinas.
Culmina el retablo con un ático, de diseño mixtilíneo, ocupado en su calle central por una gran corona imperial que sostienen ángeles, figuras que también aparecen distribuidas por la cornisa del coronamiento. Anónimo. Hacia 1740.


Nuestra Señora de la Aurora, Patrona de Montilla
Situada detrás del retablo, en un camarín de plan­ta rectangular y sencilla cúpula elíptica.  Talla policromada de unos 152 cm. de al­tura.
La imagen se sitúa de pie sobre pedes­tal de nubes con cabezas de querubines. Viste túnica roja y, a la altura de la cin­tura, un dinámico manto, recogido sobre el brazo izquierdo, cae hacia los pies por el lado contrario. La Virgen tiene un ros­tro dulcísimo, propio del autor al que se atribuye, enmarcado por una cabellera de sinuosos bucles que se peinan hacia atrás a la altura de las sienes. Porta en su mano derecha un estandarte de plata y en la izquierda sostiene un Niño Jesús desnudo en ademán de bendecir.
Manto y túnica de largos y sinuosos pliegues dotan a la figura de María de una movilidad andante plena de gracia. Es rutilante la policromía de las telas.
Atribuible casi con certeza a José de Mora, ya que coincide estilísticamente con otras imágenes de este autor en dife­rentes localidades del sur cordobés.
La Virgen se halla situada sobre un pedestal formado por dos octógonos con­céntricos, elevado el menor sobre torna­puntas situados en los ángulos. Se com­pleta con pequeños y graciosos angeli­llos.


Retablo de Nuestra Señora del Carmen

Madera tallada y dorada. Tiene un ban­co muy estrecho, seccionado por las ménsulas que soportan los finos estípites del principal; éste presenta tres calles, la cen­tral, con hornacina de planta trapezoidal, cubierta con un geométrico doselete con cortinajes que abren dos angelillos y que alberga una imagen de Nuestra Señora del Carmen. En las calles laterales, ante fondos lisos que semejan hornacinas por medio de los moldurajes de enmarque, situadas sobre repisas decoradas con fron­dosas hojarascas, las imágenes de tamaño pequeño, en terracota, de San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier.
El ático, de medio punto, presenta en su centro un florón entre molduras mix­tilíneas, flanqueado por caladas placas de follajes rizados. Como remate, un angelillo sobre pedestal porta una palma. En torno a 1750.

Nuestra Señora del Carmen. Madera ta­llada y policromada. Altura 150 cm. La imagen, de correcta factura, se representa vestida a la manera tradicional carmeli­tana: túnica parda, decorada con ramos, escapulario y capa dorada. En el brazo izquierdo sostiene un Niño Jesús, en mo­vido escorzo, y con la mano derecha su­jeta un escapulario. Asienta sus pies sobre un pedestal de nubes y cabezas de que­rubines, y se cubre con una corona im­perial.
Es obra de mediados del siglo XVIII.


Retablo de Nuestra Señora de la Soledad
En realidad no es más que un hueco poco profundo con remate de medio pun­to al que prestan decoración unos gran­des aletones de talla con remate en forma de dosel, todo ello tallado y dorado.

Nuestra Señora de la Soledad. Imagen de vestir, de tamaño natural, con cabeza y manos de talla que pertenece al esque­ma iconográfico de las dolorosas grana­dinas. Presenta ambas manos unidas, con los dedos entrelazados en un gesto de dolor contenido. Obra documentada en 1660.

Cristo de la Humildad. Talla. Tamaño casi natural. Presenta a Jesús tras la fla­gelación, sentado en una piedra —vestido sólo con paño de pureza y quebrados plie­gues—, con la diestra en la mejilla y su­jetando la caña a manera de cetro con la izquierda. Es obra que puede datarse en la segunda mi­tad del siglo XVII.

Retablo de Nuestra Señora de la Caridad

Madera tallada y dorada. Consta de dos órdenes: un alto banco dividido por las ménsulas en las que apoyan las pilas­tras que enmarcan la hornacina central —muy sobresaliente del plano general del retablo—, y por los pedestales prismáti­cos que soportan las imágenes de las ca­lles laterales.
En la hornacina, la imagen de Nuestra Señora de la Caridad, y sobre ella un do­selete con decoración geométrica.
En las calles laterales, el plano del re­tablo se torna cóncavo, a modo de dosel sobre sus respectivas imágenes: Santa Brí­gida y San Francisco de Paula. Remata el conjunto una quebrada cornisa sobre la que hay dos tablas de pintura, de pe­queño tamaño, ricamente enmarcadas por tallas vegetales que representan dos santos dominicos.
Es obra del lucentino Pedro de Mena y Gutiérrez, quien la ejecutó en 1743 por 2.200 reales.

Nuestra Señora de la Caridad. Dolo­rosa de vestir, con cabeza y manos de talla. Fue elaborada por el imaginero cor­dobés Miguel Arjona en 1987 en conme­moración del Año Santo Mariano Uni­versal.

Santa Brígida. Talla. 120 cm. de altura. Presenta, como muchas otras imágenes medievales, un hueco en el dorso, tal vez para contener reliquias. La santa viste hábito blanco y escapulario y capa oscu­ros, con ribetes dorados, y rectos y pro­fundos pliegues, cubriéndose la cabeza con una capucha cuyos bordes se ondu­lan enmarcándole el rostro ovalado, ilu­minado con una leve sonrisa. Sostiene en su mano derecha un libro abierto, ocul­tando la izquierda bajo el escapulario.
Es obra del siglo XV o de principios del XVI.

San Francisco de Paula. Talla. 125 cm. de altura. Representado algo más joven que en la iconografía tradicional de este santo. Se nos presenta con barba negra, sin cubrirse la cabeza con la capucha, vis­tiendo el hábito de su orden y sostenien­do en su mano izquierda un templo, sím­bolo de la Iglesia. Ha perdido el cayado que tenía en la mano derecha. Es obra anónima del siglo XVIII.


Nuestra Señora del Pópolo. Óleo sobre lienzo. 77 x 106 cm. Nuestra Señora está representada de media figura, cubierta con un manto azul oscuro con fina orla dorada, abrazando tiernamente a su hijo. El Niño, como la Virgen, con un rostro dulcísimo, viste una tuniquilla blanca, y se mueve inquieto poniendo un pie sobre el antebrazo y tocando la barbilla de su madre. Ambas figuras dirigen su mirada al espectador. La obra se completa por una orla de nubes y delicadísimas cabezas de querubines.
Este cuadro queda inscrito en un am­plísimo marco de doradas tallas, a ma­nera de retablo, con decoración de acan­tos, ramos de flores y veneras, cubierto con un dosel desde el que descienden, abriéndose, unos rizados cortinajes que imitan telas adamascadas.
Este marco recuerda obras de Fran­cisco José Guerrero. En torno a 1730.


Retablo de Jesús Rescatado
Madera tallada y dorada. Muestra un estrecho banco con ménsulas en las que aparecen angelillos atlantes, y sagrario central entre columnillas salomónicas.
El cuerpo principal tiene tres calles en­tre columnas, también salomónicas, ves­tidas con frondosos acantos. La calle cen­tral, entre pilastras decoradas con guir­naldas de flores y frutos, tiene una hor­nacina rematada por un arco trilobulado que cobija la imagen de Jesús Preso, en tanto que en las calles laterales, sobre vo­ladas repisas, se alzan las imágenes de San Pedro y San Juan Evangelista.
La calle medial culmina en el ático con una cartela que ostenta el emblema tri­nitario entre tallas, al tiempo que sobre la cornisa montan un elaborado copete y un ángel preso.
A ambos lados, sobre las columnas ex­teriores, dos figuras arrodilladas de cau­tivos.

Nuestro Padre Jesús Rescatado. Imagen de vestir con cabeza y manos de talla. Tamaño natural. Es obra de escuela local, datable en torno a mediados del siglo XVIII.

San Pedro. Talla policromada. Altura: 93 cm. El apóstol aparece revestido con una túnica ceñida y manto de rizados plie­gues y delicados estofados. Coloca su mano derecha sobre el pecho en tanto hace ade­mán de sostener con la izquierda unas llaves. La barbada cabeza se eleva hacia arriba en ademán de co­municación con la Divinidad. Tanto el airoso plegado del manto como la posi­ción de las piernas, la izquierda ligera­mente avanzada y flexionada, imprimen a esta escultura un elegante movimiento.

San Juan. De similares características y dimensiones que la anterior, con la que forma pareja. El evangelista se nos mues­tra joven, con larga y ondulada melena e incipientes bigote y barba. Viste túnica azul oscuro, también ceñida a la cintura, y manto que, cruzando diagonalmente la figura, cae desde el hombro al brazo izquierdo en estupendos pliegues. La ima­gen, que debía portar un cáliz en la mano izquierda, hace ademán de bendecir con la derecha.
Son obras excelentes muy próximas a José de Mora. En torno a 1710.

 Capilla del Santísimo: Realizada en 1.905 por Manuel Garnelo y Alda, de plan­ta rectangular y sencilla cúpula elíptica decorada con dos ciervos que beben agua del manantial que nace del cáliz y la Hostia, rodeados de angelitos. La imagen del Sagrado Corazón de Jesús, realizada por Manuel Garnelo y Alda en los años iniciales del siglo XX. De talla y tamaño casi natural. Erguido sobre un pedestal de plateadas nubes, Jesús abre con gesto solemne la parte superior de su túnica blanca para mostrar, sobre el pecho, un corazón llameante. Le flanquean dos án­geles alados de escaso valor artístico. No obstante cuenta como complemento con un par de angelotes, hoy en la entrada de la capilla, del referido Garnelo.

            Esculturas en el despacho parroquial.

Piedad. Terracota de pequeño tamaño. El conjunto se dispone sobre una base de madera, a modo de risco, de 50 x 36 cm., sobre la que se han situado las imá­genes de Cristo muerto, exánime sobre un oscuro lienzo, en el regazo de María que, con un atuendo monjil a base de una túnica dorada y un oscuro manto, con galón y vueltas también de oro, con­templa a su Hijo con dolorido semblante. María Magdalena, arrodillada, besa los pies de Jesús.
Es excelente el estudio anatómico de la figura de Cristo, así como la técnica de las telas encoladas utilizadas profusa­mente en la composición, sin olvidar los valores cromáticos de los dorados de las túnicas de los personajes.
Altura máxima: 34 cm. Es obra anó­nima de mediados del XVIII.

No hay comentarios:

Publicar un comentario