lunes, 7 de noviembre de 2011

BIOGRAFÍA

SAN FRANCISCO SOLANO


ESPAÑA

Nació en Montilla (Córdoba - España) el 10 de marzo de 1549. Francisco fue el tercer hijo de Mateo Sánchez Solano y Ana Jiménez, llamada “la Hidalga”. Tuvo dos hermanos llamados Diego e Inés. Creció en un hogar cristiano y comenzó su educación con los jesuitas de su ciudad, entrando en la Orden de San Francisco a los 20 años. Ya siendo joven destacó por su caridad y su mansedumbre. Era muy austero y gozaba de facilidad para la música, por lo que fue designado fraile de coro, para ordenar los cantos. Cursó Filosofía y Teología en el convento de Loreto de Sevilla, ordenándose sacerdote en 1576. Solicitó sin éxito ser destinado como misionero al norte de África.

La muerte de su padre le hizo volver temporalmente a Montilla para visitar a su madre, que padecía ceguera. Sin embargo, su estancia se prolongó más de lo previsto debido a una epidemia. En Montilla realizó varias curaciones inexplicables que dieron comienzo a su fama como milagrero. Era «no hermoso de rostro, moreno y enjuto», como nos lo describe uno de sus contemporáneos.

En 1581, Francisco Solano fue destinado como vicario y maestro de novicios al convento cordobés de la Arruzafa (hoy Parador Nacional), donde solía visitar a los enfermos y recomendaba a los más jóvenes que tuvieran paciencia en los trabajos y adversidades. De ahí fue trasladado al convento de San Francisco del Monte, cerca de Adamúz. Desde allí visitó los pueblos de alrededor predicando y haciendo el bien. Su fragancia impregnó Montoro, donde estuvo a punto de morir cuidando a los enfermos de la peste.

Terminará su evangelización por tierras andaluzas en La Zubia (Granada), donde será asiduo del hospital fundado por San Juan de Dios.


AMÉRICA

En 1589, el rey Felipe II pidió a los franciscanos que enviaran misioneros a Sudamérica. Finalmente, y para alegría suya, Francisco fue el elegido para la misión de extender la religión en estas tierras. Después de un accidentado viaje al Perú, con naufragio y peligro de perecer en el trayecto, como su destino era Tucumán (Argentina) emprende este larguísimo viaje en compañía de ocho franciscanos más. Había que atravesar los Andes por el valle de Jauja, Ayacucho y llegar hasta Cusco; cruzar la meseta del Collao, la actual Bolivia por Potosí y entrar en los confines del norte argentino; de nuevo bajar hasta Salta y finalmente hasta las llanuras del Tucumán. Aquí permanece hasta mediados de 1595, como misionero. Recorrió los territorios de Tucumán hasta las pampas y el Chaco Paraguayo y Uruguay.

Fray Francisco Solano llegaba a todas las tribus que se encontraba y les predicaba con un crucifijo en la mano y con la música, consiguiendo que todos le escucharan con un corazón dócil y que se hicieran bautizar por centenares y miles. Hablaba las lenguas de los indios, cosa que maravillaba a los españoles y a los mismos nativos. Tenía una hermosa voz y sabía tocar muy bien el violín y el rabel. En los sitios que visitaba divertía muy alegremente a sus oyentes con sus alegres canciones.

San Francisco Solano misionó por más de 14 años por el Chaco Paraguayo, por Uruguay, el Río de la Plata, Santa Fe y Córdoba de Argentina, siempre a pie, convirtiendo innumerables indígenas y también muchísimos colonos españoles.
Un día en el pueblo llamado San Miguel, un toro bravo se salió del corral y empezó a cornear sin compasión por las calles. El Santo se enfrentó a él con mansedumbre. La gente vio con admiración que el toro se acercaba a Fray Francisco y le lamía las manos y se dejaba llevar por él otra vez al corral, conducido por el cordón de su hábito.

Llegado a Lima en 1595, fue nombrado Guardián del Convento de la Recolección. Como siempre, se resistió todo lo que pudo antes de aceptar cualquier cargo de responsabilidad, exagerando su propia incapacidad para gobernar, pero finalmente tuvo que acatar la autoridad de sus superiores.

Su obsesión por la pobreza era tal que en su celda, tan sólo tenía un camastro, una colcha, una cruz, una silla y mesa, un candil y la Biblia junto con algunos otros libros. Era el primero en todo y jamás ordenó una cosa que no hiciera él antes.

Sus consejos eran prudentes, y cuando tenía que reprender a alguno de los demás frailes, lo hacía con gran celo y caridad. Sus excesivas penitencias y su espíritu de oración no le impedían ser alegre con los demás. Solano era también el santo de la alegría.

En Lima pasó los últimos años de su vida. A pesar de su precario estado de salud, continuaba haciendo grandes penitencias y pasaba noches enteras en oración. También iba a menudo a visitar a los enfermos o salía a las calles a predicar con su pequeño rabel y una cruz en la mano. Así conseguía juntar a un gran número de personas y las congregaba en la plaza mayor, donde se dirigía a la muchedumbre en alta voz. Predicaba en todas partes: en los talleres artesanales, en los garitos, en las calles, en los monasterios e incluso en los corrales de teatro. Especial significado tuvo su oposición a ciertos espectáculos teatrales en los que a su juicio se ofendía a Dios.

En octubre de 1605, Solano pasó a la enfermería del convento. Postrado y gravemente enfermo del estómago, apenas si podía salir a predicar y a visitar a los enfermos. Procuraba asistir a la comida en el refectorio junto con los demás frailes, pero comía muy poco, tan sólo unas hierbas cocidas. Además, seguía excediéndose en sus penitencias y no miraba por su delicada salud. De este tiempo es el conocido “sermón que convirtió Lima”.

Durante su última enfermedad, Solano era poco más que un esqueleto viviente. Finalmente murió el 14 de julio de 1610, día de San Buenaventura. Ese mismo día y a la misma hora se produjo un extraño toque de campanas en el convento de Loreto, en Sevilla, donde fue ordenado sacerdote y cantó misa. La enfermería se convirtió en un ir y venir de gente que querían besar las manos y los pies de Fray Solano. Le cortaron el pelo y las uñas como reliquias. Tuvieron que vestirlo cuatro veces, porque todos querían pedazos de su hábito.
A su entierro asistieron unas 5.000 personas. El virrey Marqués de Montesclaros y el arzobispo Lobo Guerrero portaron el féretro a la iglesia, donde la guardia de alabarderos apenas puede contener a la multitud. Predica sus virtudes el provincial jesuita, Juan Sebastián de la Farra, y se le da sepultura en la cripta de la iglesia, donde más tarde se levantará una capilla.
Tan sólo 15 días después de su muerte, se abrió su proceso de canonización. Las gestiones comenzaron en Lima, donde hubo 500 testigos, y después continuaron en otras ciudades del Perú, en el Tucumán y en España. Clemente X lo beatificó el 1675 y Benedicto XIII lo canonizó el 27 de diciembre de 1726. Su festividad es el 14 de julio.

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